Prólogo por Rouhollah Mehrabkhani

Este libro relata la historia de una comunidad bábí, después bahá’í desde sus comienzos en los años cuarenta del siglo diecinueve hasta hoy día. Es una historia de tanta sangre, lágrimas y sufrimiento que el lector en algunas partes de ella no podrá evitar que se desprendan lágrimas de sus ojos. El Señor Ahdieh, autor de este libro, ha hecho un gran esfuerzo para reunir todas estas memorias de los que participaron en los sucesos de Nayríz, personas como Muhammad Shafi, así como muchos documentos que confirman y detallan esta historia. Aquí uno contempla, por una parte, la dureza de corazón de unos fanáticos ali-mentados por la instigación de los sacerdotes de una religión que en su origen apostillaba: “No hay apremio en la religión”* y por otra parte a hombres y mujeres que estaban dispuestos a guardar hasta el final la joya inapreciable de la fe y creencia que había enriquecido su alma y corazón.

La historia de la comunidad de Nayríz, una pequeña ciudad en el sureste de Persia (hoy Irán), es la historia real del fénix, ave fabulosa del Antiguo Egipto que de vez en cuando creaba fuego con la fuerza de sus alas y se quemaba hasta convertirse en cenizas, para después renacer. Esta comunidad también ha sido destruida varias veces por las manos de los opresores, han quemado sus casas, han aniquilado a sus habitantes, mientras los enemigos celebraban su triunfo; luego otra vez esta ave celestial ha resurgido triunfante de sus cenizas.

En el libro del Señor Ahdieh leemos cómo en ocasiones las mujeres no tenían derecho a llorar por sus mártires y cómo los niños huérfanos, cuando salían a la calle, encontraban los cuerpos mutilados de sus padres y hermanos en manos del populacho y de niños que jugaban con ellos. También encontramos que las autoridades, como señal de triunfo, después de matar a todos los hombres de más de doce años organizaron una expedición, en la cual las mujeres y los niños captu-rados montaban en burros y los ancianos andaban a pie, mientras que un gran número de cabezas de los mártires, separadas de sus cuerpos y puestas en las puntas de las lanzas, se situaban frente aquellas mujeres y desdichados niños para viajar centenares de kilómetros. Y todo ello con el propósito de ofrecer todo esto como un trofeo y señal de triunfo a su majestad, rey de reyes y pivote del Universo, como un acto de servicio a su umbral.

En este drama el lector encuentra hombres y mujeres, héroes y heroínas de los cuales la historia de la humanidad ha engendrado po-cos, ejemplo de coraje, de fe, de voluntad y de resistencia ante las fuerzas de la enemistad. Engaño, fanatismo y opresión. A ellos los en-cabezaba un hombre, erudito sin igual, “figura única e incomparable de su época”*, un hombre de confianza del rey Muhammad Shah que fue despachado por su majestad para ir a Shiráz y ver la realidad sobre la buena nueva. Cuando este hombre, Siyyid Yahya Darábí (Vahíd), llegó a la presencia del Báb su orgullo se convirtió en fe y sumisión. En un tratado que escribió sobre sus impresiones de este encuentro, relataba una poesía en árabe donde decía:

Cuando te encuentras en su presencia (el Báb)
Ves la eternidad en una hora, la humanidad en una persona
Y toda la Tierra en una casa.

Este fénix, esta ave celestial, la comunidad de Nayríz por medio del gobierno actual, la República Islámica, se ha reducido a cenizas otra vez: las casas quemadas, los creyentes esparcidos hasta que una vez más se levante y abra sus alas y dé refugio no a los que “los lobos han dispersado” sino a los buenos y nobles habitantes de esta ciudad que han sido testigos silentes de las actuaciones de los corruptos opresores.

Yo mismo en mi juventud, cuando viajaba por Irán, tuve el privile-gio de recibir de la Asamblea Nacional el encargo de acompañar a estos maravillosos creyentes y compartir con ellos las actividades du-rante un año. Tengo recuerdos inolvidables de ese año en Nayríz. También compartí con ellos momentos difíciles, ya que en aquellos días la comunidad recibió la noticia de que, coincidiendo con “Muha-rram” –días de celebración del martirio del tercer imán-, los musul-manes tenían la intención de atacar al distrito bahá’í y que la policía y el gobernador habían declarado su incapacidad para poder evitarlo. Gracias a Dios las medidas tomadas por la Asamblea Local pudieron evitar una nueva catástrofe y este servidor no tuvo el honor de com-partir los sufrimientos de estas joyas de la humanidad.

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